Entre Sócrates y los algoritmos: el peligro de pensar en binario
En su Teoría Pura del Derecho, Hans Kelsen nos advirtió sobre la tendencia humana a proyectar categorías ontológicas y éticas sobre entidades que carecen de ellas. Para Kelsen, el Derecho no es más que un sistema normativo que se sostiene sobre la pura positividad: no hay un “alma jurídica” en las normas, sino un orden conceptual que nosotros estructuramos para vivir en sociedad. Sin embargo, el hombre insiste en conceder un alma a las cosas, sean estas el Derecho, un Rayo o un dispositivo de Inteligencia Artificial.
Este animismo digital que prolifera en la cultura contemporánea no es sino un eco de aquel primitivismo espiritual, pero en clave tecnológica: “la IA es buena”, “la IA es mala”, escuchamos repetir. Exactamente igual a como el campesino medieval temía a su bosque o el pastor politeísta rezaba a la tormenta, hoy le conferimos a la IA atributos morales absolutos, olvidando que no es más que un producto de nuestra programación y nuestras limitaciones epistemológicas, restricciones inherentes al conocimiento humano, que impiden alcanzar un entendimiento completo y objetivo de la realidad.
Sin embargo, la virtud humana –como bien comprendieron Sócrates, Aristóteles y Borges – reside en habitar los grises. La IA se encierra en la caja de su codificación. El ser humano, cuando ejerce su pensamiento crítico, trasciende la caja. Porque mientras el algoritmo se restringe a decidir entre el 0 y el 1, la mente ve tonalidades, matices, sutilezas y contradicciones.
El artista, el filósofo, el jurista crítico, quien interpreta un caso más allá de la letra fría de la ley, no clasifica en términos de bien o mal absolutos, sino que comprende contextos, circunstancias y motivaciones. Ese es el acto radical de libertad intelectual: crear nuevos significados, ver ángulos que no aparecen en el menú binario de opciones.
Pensar fuera de la caja no es una metáfora de consultoría motivacional, sino un imperativo civilizatorio. Es pensar de forma creativa y poco convencional, buscando soluciones innovadoras a problemas en lugar de seguir patrones preestablecidos.
Si la IA avanza a velocidades exponenciales, nuestra única defensa ante su colonialismo lógico será cultivar una mirada distinta. Mirada deje de someterse a las lógicas de mercado y del control, una lógica que recuerde que no hay alma en el algoritmo, como no la hay en la tormenta ni en la espada. El alma, es solo humana.
La sociedad necesita, hoy más que nunca, la mirada de los artistas. Esa mirada que rescata el gris como zona fértil de la ética, la estética y la libertad. Frente a un futuro dominado por decisiones automatizadas que pretenden definirnos como buenos o malos, productivos o descartables. Desanimar lo que no tiene alma y asumir la responsabilidad de crear nosotros mismos el sentido.
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